LA HISTORIA DE JERRY
Jerry era el tipo de persona que te encantaría odiar. Siempre estaba de buen humor y siempre tenia algo positivo que decir. Cuando alguien le preguntaba como le iba, el respondía: “No puedo estar mejor”.
Él era un gerente único porque tenía varias meseras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las meseras seguían a Jerry era por su actitud. El era un motivador natural: Si un empleado tenía un mal día, Jerry estaba ahí para decirle al empleado como ver el lado positivo de la situación.
Ver este estilo realmente me causó curiosidad, así que un día fui a buscar a Jerry y le pregunté:
“No lo entiendo… no es posible ser una persona positiva todo el tiempo… como lo haces...”
-Jerry respondió: Cada mañana me despierto y me digo a mí mismo, Jerry, tienes dos opciones hoy: puedes escoger estar de buen humor o puedes escoger estar de mal humor. Escojo estar de buen humor. Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una victima o aprender de ello. Escojo aprender de ello. Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo el lado positivo de la vida.
-“Si claro… pero no es tan fácil” (proteste) – “Sí, lo es” dijo Jerry. “Todo en la vida es acerca de elecciones. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección. Tú eliges como reaccionas a cada situación. Tú eliges como la gente afectará tu estado de ánimo. Tú eliges estar de buen humor o mal humor. En resumen: “TU ELIGES COMO VIVIR LA VIDA”.
Reflexioné en lo que Jerry me dijo. Poco tiempo después, dejé la industria hostelera para iniciar mi propio negocio. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Jerry cuando tenía que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar a ella.
Varios años más tarde, me enteré que Jerry hizo algo que nunca debe hacerse en un negocio de restaurante. Dejó la puerta de atrás abierta una mañana y fue asaltado por 3 ladrones armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano temblando por el nerviosismo, resbaló de la combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon.
Con mucha suerte, Jerry fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica. Después de 18 horas de cirugía y semanas de terapia intensiva, Jerry fue dado de alta aun con fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con Jerry seis meses después del accidente y cuando le pregunté como estaba, me respondió: “No puedo estar mejor”.
Le pregunté que pasó por su mente en el momento del asalto. – Contesto: “Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso recordé que tenía 2 opciones: Podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir.”
-“No sentiste miedo”, le pregunté.
-Jerry continuó: “Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien. Pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en las caras de médicos y enfermeras, realmente me asusté… podía leer en sus ojos: Es hombre muerto. Supe entonces que debía tomar acción…”
-“¿Qué hiciste?” pregunté.
-“Bueno… uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y respirando profundo grité SI, a las balas… Mientras reían les dije: Estoy escogiendo vivir… opérenme como si estuviera vivo, no muerto”.
«Jerry vivió por la maestría de los médicos pero sobre todo por su asombrosa actitud. Aprendí que cada día tenemos la elección de vivir plenamente. LA ACTITUD, AL FINAL, LO ES TODO.»
EL ELEFANTE ENCADENADO
Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacia gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: <
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mi, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible, para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede.
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.
Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza…
«Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que no podemos hacer miles de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, lo intentamos y no lo conseguimos.
Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca lo podré. Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso ya nunca más lo volvimos a intentar.
Tu única manera de saber si puedes conseguirlo es intentarlo de nuevo poniendo en ello todo tu corazón… ¡todo tu corazón!»
... del libro DÉJAME QUE TE CUENTE de Jorge Bucay.
LAS GALLETITAS
A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrazado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.
Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.
La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe… y toma otra galletita. La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.
El dialogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda solo la última galletita. “No podrá ser tan caradura”, piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
- Gracias! – dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
- De nada – contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: “Insolente”.
Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas… ¡intacto!
EL PORTERO DEL PROSTIBULO
No había en aquel pueblo un oficio peor visto y peor pagado que el de portero de prostíbulo… Pero, ¿qué otra cosa podía hacer aquel hombre?
De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenia ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era supuesto porque su padre había sido el portero de ese prostíbulo antes que él, y antes que él, el padre de su padre.
Durante décadas, el prostíbulo había pasado de padres a hijos y la portería también.
Un día, el viejo propietario murió y un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, se hizo cargo del prostíbulo. El joven decidió modernizar el negocio.
Modificó las habitaciones y después citó al personal para darles nuevas instrucciones.
Al portero le dijo:<>.
El hombre tembló. Nunca le había faltado predisposición para trabajar, pero…
- Me encantaría satisfacerle, señor – balbuceó -, pero yo… no sé leer ni escribir.
Y, sin más, dio media vuelta y se fue.
-Venia a preguntarle si no tendría un martillo que prestarme.
-Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar… como me he quedado sin empleo…
-Bueno, pero yo se lo devolvería mañana muy temprano.
A la mañana siguiente, tal como había prometido, el vecino llamó a su puerta.
-Mire todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?
-No, yo lo necesito para trabajar y, además, la ferretería esta a dos días de mula.
Realmente, esto le daba trabajo durante cuatro días.
A su regreso, otro vecino lo esperaba a la puerta de su casa.
-Hola, vecino. ¿Usted le vendió el martillo a nuestro amigo?
<<… No todos disponemos de cuatro días para hacer nuestras compras>>, recordaba.
Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas.
Extracto del libro DÉJAME QUE TE CUENTE de Jorge Bucay.
Un hombre edificó su casa. Y la embelleció con un jardín interno. En el centro plantó un roble. Y el roble creció lentamente. Día a día echaba raíces y fortalecía su tallo, para convertirlo en tronco, capaz de resistir los vientos y las tormentas.
Al cabo de un tiempo la hiedra caminaba sobre los tejados. El roble crecía silenciosa y lentamente.
-¿Cómo estas, amigo roble?, preguntó una mañana la hiedra.
- Bien, mi amiga, contestó el roble.
- Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura –agregó la hiedra con mucha ironía-.
Desde aquí se ve todo tan distinto. A veces me da pena verte siempre allá en el fondo del patio.
Entonces la hiedra lanzó una carcajada burlona.
Entonces encontró una planta, una Fresa, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó:
-¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?
Podemos elegir hoy, estar felices con lo que somos, con lo que tenemos.
—Cuando regresemos, por favor observa cuidadosamente el camino.
Así lo hizo. Y la vasija notó que, por el lado donde ella iba, crecían muchas flores y plantas.